Y te fuiste un sábado por la mañana
tras apenas empacar y un leve adiós
tocando muy suave la campana
y musitando un me voy, quizás dos.
Te veo en todas partes
en la sala, en el comedor
en el jardín, en el cuarto
cuando entonces nos unía el amor.
La mesa donde comíamos
y hablábamos de temas mil
tu sonrisa al beber tus vinos
y tu convincente voz sutil.
Tu ficus favorito en el rincón del jardín
en cuya sombra solías descansar
no quiere más tiempo sin ti vivir
y ha caído en un lento marchitar.
El dormitorio, inmenso desde tu triste partir
es mudo testigo de nuestro antiguo vivir
los sueños que tuvimos (recuerdas aquella tarde de abril)
las risas, los sonidos, permanecen aquí.
Y te fuiste un sábado por la mañana
dejándome solo el triste recordar
las horas, días, años de una vida
que ambos no supimos hacer perdurar.
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